El Carnaval que se negó a morir: Cómo las «Fiestas de Invierno» salvaron el Antroxu durante la dictadura
Hoy, el Carnaval es sinónimo de color, música y libertad. Las calles se llenan de disfraces, charangas y una alegría desbordante que parece imparable. Sin embargo, hubo un tiempo en España en que esta celebración, tan arraigada en nuestra cultura, fue silenciada. Durante la dictadura franquista, el Carnaval fue prohibido por ser considerado una amenaza al orden establecido, una fiesta pagana que escapaba al control del régimen. Pero el ingenio y la pasión de un pueblo se negaron a dejarlo morir.

La prohibición: un ataque a la alegría y la crítica social
Tras la Guerra Civil, el régimen franquista impuso un estricto control sobre cualquier manifestación pública. El Carnaval, con su carácter transgresor, su tendencia a la sátira y la burla del poder, representaba todo lo que la dictadura quería suprimir. No era una festividad religiosa ni una exaltación de la figura del dictador, por lo que fue oficialmente prohibida en todo el territorio nacional.

Desde sus orígenes, el Carnaval ha sido un espacio para derribar las barreras sociales. Las máscaras y los disfraces permiten que las clases se mezclen y que el pueblo pueda criticar abiertamente a sus gobernantes, una tradición que se remonta a las antiguas fiestas romanas donde el anonimato permitía todo tipo de excesos. Para el franquismo, esta libertad era intolerable.
La resistencia popular: de Carnaval a «Fiestas de Invierno»

Aunque la prohibición fue acatada en gran parte del país, en lugares con una tradición de Carnaval muy fuerte, como Cádiz o las Islas Canarias, la gente se resistió a renunciar a su fiesta más querida. Fue en Canarias donde surgió la solución más ingeniosa para burlar la censura: si no se podía llamar «Carnaval», se le llamaría de otra manera. Así nacieron las «Fiestas de Invierno».
Bajo este nombre neutro y aparentemente inofensivo, los canarios lograron mantener viva la llama del Carnaval. Aunque de manera más discreta y siempre bajo la atenta mirada de las autoridades, los bailes, los disfraces y la música continuaron. Era un acto de resistencia cultural, una forma de decirle al poder que el espíritu festivo y la identidad de un pueblo no podían ser borrados por decreto.
Esta estrategia permitió que la tradición no se perdiera. Los concursos de murgas y comparsas siguieron celebrándose, aunque con letras menos explícitas para evitar problemas con la censura. Era un juego del gato y el ratón, donde el ingenio popular siempre encontraba la manera de deslizar una crítica velada o un doble sentido.
El resurgir del Antroxu
Con la llegada de la democracia, el Carnaval recuperó su nombre y su esplendor en toda España. Las «Fiestas de Invierno» volvieron a ser el Carnaval con todas las letras, y la explosión de libertad que trajo la Transición se reflejó en unas celebraciones más espectaculares y participativas que nunca.
Hoy, cuando vemos el despliegue de los carnavales de Tenerife, Cádiz o cualquier rincón de Asturias, es importante recordar esta historia de supervivencia. La anécdota de las «Fiestas de Invierno» no es solo una curiosidad histórica; es un homenaje a la valentía y la astucia de una generación que se negó a que le arrebataran la alegría.
Gracias a ellos, el Antroxu sigue siendo una de las fiestas más vivas y queridas de nuestro calendario.